Francisco Adolfo Caicedo

El gallo tuerto

El Gallo Tuerto

Los aldeanos se arrimaron en torno al par de gallos de pelea que buscaban destrozarse.

Las gotas de sangre caían en el desnudo suelo y en las alpargatas de los más entrometidos, quienes con gritos estridentes aupaban a su favorito ya fuese el negro o el saraviado.

El astro rey arremetía sobre las humanidades de los parroquianos, los cuales trasladaban las botellas de aguardiente o de mustela y se disputaban las sonrisas o caricias de las meretrices del bar el triunfo, cuyo dueño tenía su cuerda de gallos quien además era muy respetado en el caserío las cruces.

El tiempo transcurría lento y pesaroso, de repente el saraviado empezó a dar picotazos a diestra y siniestra sin alcanzar al rival, por lo que su dueño lo alzó en vilo y lo sacó del ruedo.

Insufló buches de miche para retirarle la sangre de los ojos, dándose cuenta que le habían vaciado uno de ellos, se dirigió a una de las casas vecinas, traspasó el portón de madera y se adelantó en el corredor frontal rodeado de crotos y calas, a su encuentro salió una abuela y sus tres nietos y les dejo el gallo tuerto, ella lo colgó en un garabato, donde el humo del fogón de leña lo envolvió en un manto luctuoso durante varios días, sirviendo de alimento a la familia.

Gallo-tuerto