El Gallo Tuerto
Los aldeanos se arrimaron en torno al par de gallos de pelea que buscaban destrozarse.
Las gotas de sangre caían en el desnudo suelo y en las alpargatas de los más entrometidos, quienes con gritos estridentes aupaban a su favorito ya fuese el negro o el saraviado.
El astro rey arremetía sobre las humanidades de los parroquianos, los cuales trasladaban las botellas de aguardiente o de mustela y se disputaban las sonrisas o caricias de las meretrices del bar el triunfo, cuyo dueño tenía su cuerda de gallos quien además era muy respetado en el caserío las cruces.
El tiempo transcurría lento y pesaroso, de repente el saraviado empezó a dar picotazos a diestra y siniestra sin alcanzar al rival, por lo que su dueño lo alzó en vilo y lo sacó del ruedo.
Insufló buches de miche para retirarle la sangre de los ojos, dándose cuenta que le habían vaciado uno de ellos, se dirigió a una de las casas vecinas, traspasó el portón de madera y se adelantó en el corredor frontal rodeado de crotos y calas, a su encuentro salió una abuela y sus tres nietos y les dejo el gallo tuerto, ella lo colgó en un garabato, donde el humo del fogón de leña lo envolvió en un manto luctuoso durante varios días, sirviendo de alimento a la familia.
